Thursday, July 5, 2007

UN IR SOBRE DAGAS

Sunday, April 03, 2005

Confesión tristísima: caí en la tentación.
Confesión tristísima (revisada y ampliada): no caí, me eché un clavado en la tentación.

La tentación es una alberca (vacía).

Le escribí, quiero decir. En lugar de ignorar sus misivas y en un momento de absurda debilidad (¿y que momento absurdo no es de debilidad y viceversa?), le escribí. Le hice preguntas. No sólo reconocí su existencia a través de este acto sino que, además, lo que es mucho peor, le pedí un reconocimiento como respuesta. Un reconocimiento de mi propia existencia.

Ahora sé que publico estas cartas para protegerme. De ella. De mí misma. No persigo otro afán al hacerlas públicas. La persona que se hace llamar La Mujer Vampiro, la Verídica, o sufre de algún tipo de enfermedad mental, lo cual la hace peligrosa, o es verdaderamente la Verídica Mujer Vampiro, lo cual la hace peligrosa. No sé que le haya pasado, no sé si me interese, en realidad, saberlo, pero de ahora en adelante, obedeciendo a la peculiar manera de organizar sus misivas, empezaré a leer sus textos del final hacia el principio.

La tentación es un trampolín que tiembla.


Abril 2, 2005
Ciberespacio

No se equivoca, Cristina.
Si usted es verdaderamente la narradora que cree ser o que dice ser, entonces estoy segura de que lo ha notado.

Le escribo para confirmarle que no se equivoca.

:El eco de los tacones que se aproximan. Más que caminar: un ir sobre dagas. Más que correr.

:Cierto aroma—un aroma indescriptible que se cuela por los poros, no por la nariz. Ese ardor sobre la piel. El rasgar de las uñas. Las yemas de los dedos: una suerte de tamborileo. La clave Morse. La lectura en Braile.

:El pequeño pájaro muerto que aparece, con ese sentido de composición que da a veces la sentimentalidad más artrera, justo a los pies de la jacaranda. Un pequeño pájaro decapitado. Ay.

:Las fotografías de los cadáveres que el narcotráfico deja sobre las calles, abiertos de par en par, desangrados.

:Esa súbita humedad en el ambiente, totalmente fuera de época, que sabe a materia podrida, a materia en proceso de descomposición, aquí, sobre la lengua, entre los dientes.

:Su nerviosismo. Su prisa. Su voltear una y otra vez hacia atrás como si hubiera olvidado algo o como si esperara que alguien le siguiera los pasos.

:Su escribir sin cesar. Su incesante escribir.

Todo eso soy, efectivamente, yo, querida Cristina. No se ha equivocado.

Me gustaría poder decirle que puede seguir abriendo mi correspondencia, y luego entonces satisfacer su curiosidad o su morbo, con la garantía de que no le pasará nada. Me gustaría poder decirle, con toda honestidad, que no la dañaré. Pero, con toda honestidad le digo, en cambio, que no puedo asegurarle nada. Le escribía al inicio con cierta precaución. Le escribía como escriben aquellos que quieren ser leídos pero que temen no ser leídos—asumiendo sus formas, respetando su estilo, ciñéndome a sus tradiciones, guiñándole una vocal, un paréntesis, un espacio en blanco, una coma de más.

Acaba de empezar la primavera, ¿lo notó ya?

Escribía como si no se hubiera acabado el invierno. Escribía como si tuviera que volverme legible para usted. Escribía detrás de una roca, detrás de la tinta, detrás, incluso, de las letras. Detrás del abecedario.

Me detengo bajo el balcón de su recámara por las noches, tampoco en eso ha errado. La veo dormir. Con frecuencia me pregunto a qué hora exactamente empieza el amanecer, en qué segundo la oscuridad pierde su consistencia, su color, su límite. Me sigo haciendo ese tipo de preguntas. ¡Después de todos esos años, me sigo haciendo preguntas de ese tipo! La cabeza de un pequeño pájaro: una suculencia. El leve crujir de los huesos de leche. Un festín. Habla sola. Habla de noche. ¿Lo sabía? Y será una sonámbula y caminará, pronto, por las orillas del techo de su casa y, al despertar, se dará cuenta que estuvo a punto de saltar.

Un día saltará, Cristina. Estoy segura.

Escribía como si caminar de noche no fuera un fruto lleno de filos. Como si yo no supiera a que sabe el corazón de una paloma o la sangre del cuerpo al que se ama. Como si mis manos estuvieran limpias. Así escribía. Antes de saber que escribir es un ir sobre dagas, escribía para usted.

PRIMERA VERSIÓN:
Un vestido de seda. Los guantes. Las medias. La capa. Los zapatos. Me preparo meticulosamente y salgo. El ruido, Cristina, el choque de diente sobre hueso. La cercanía de los brazos, los pechos, las piernas, los labios. Ese raspar. Ese rasgar. La respiración, agitada. La respiración cuando se va poco a poco. Muy poco a poco. Lo que la gente dice cuando dice la palabra estertor. El último. Alguien va sobre la banqueta. El ruido de los tacones afiladísimos. Y esta prisa por registrar, no lo acontecido, sino lo pasado. Lo que ha, literalmente, pasado. Entonces veo mis uñas sobre el teclado—sucias de mugre, de carne, de sangre. Aprenda a no fiarse de nadie con las uñas sucias, Cristina. Yo sé lo que le digo. Aprenda a no fiarse. La confianza no le dará un mejor entendimiento de la gente. La confianza sólo la dejará sin cabeza ahí abajo, sobre la banqueta, en la fotografía del periódico de mañana.

SEGUNDA VERSIÓN:
Tacón. Escalera. Puerta. Banqueta. Árbol. Eco. Cielo. Ojo. Olor. Cielo. Deseo. Uña. Diente. Objeto. Sangre. Grito. Murmullo. Horizonte. Estertor. Cicatriz. Siempre, al final, la cicatriz.

Las palabras, esto lo dijo usted alguna vez, son cicatrices.

LO QUE LE QUERÍA DECIR DESDE EL PRINCIPIO:
No se ha equivocado: las dos hacemos cosas parecidas. Tiene razón. Usted lo notó primero. Y le agradezco el comentario. Y de ahora en adelante, querida Cristina, ¿su espada o la mía?
--crg

# posted by crg @ 6:59 PM

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