Thursday, July 26, 2007

MIMETIC POISONING

Viene desde Puerto Rico, la carta. Viene de la pluma de Marta Aponte, escritora. Del pasado, de otros libros, de una conversacion con champan, de todo eso, viene.

Y no puedo hacer otra cosa mas que incluirla aqui, meditabunda. Ya esta pasando otra vez. Ya pasa.

--crg

De la luz. Es un monstruo donante, una vampiro donante universal, lo que no deja de ser maravillosamente raro, aunque es cierto que el parásito más estupefaciente te promete la vida eterna a cambio de matarte gozosamente.

Sin embargo, de la violencia de la vampverídica sólo da fe esa señora de la vajilla china, posiblemente un engañoso avatar de la dragon lady o de Fu Manchú, en quien no conviene confiar.

La de los tacones me llevó al encuentro de una frase de Lispector, escribir es un "vacío terriblemente peligroso: de él saco sangre". Y desde luego a la condesa sangrienta y al comentario de Aira sobre las tramas de los surrealistas, y de tu Alejandra, la "última": los surrealistas llevaron el juego al "terreno del folletín, de la novela gótica o fantástica, de Julio Verne o Walpole o Lewis (donde abundan las criptas con cadáveres reanimados) o de Raymond Roussel, o en última instancia de Lautréamont, con el que había empezado todo".

Y a los luminosos delirios de Avital Ronell sobre la adicción a todo género de drogas, entre ellas la literatura y la sangre: "So literature, which is by no means an innocent bystander, but often accused, a breeding ground of hallucinogenres, has something to teach us about ethical fractures and the relationship to law". El vampirismo como adicción literaria: "as sedative, as cure, as escape conduit or euphorizing substance, as mimetic poisoning". (Crack Wars: Literature Addiction Mania).

De la belleza deseada hay mucha en "Razones por las cuales uno le puede abrir la puerta de su casa a una mujer vampiro que llega de madrugada" y "Si mi vida fuera una novela". El encuentro con la otra especie, con lo inhumano, esa muy postmoderna y muy antigua mística ecológica.

Para terminar este cadáver asqueroso de cantos de lectura: la fotógrafa (residente en San Francisco) Dorotea Lange hablaba de la premeditación, del momento anterior a la meditación y al pensamiento, que presagia la instantánea fotográfica. Y Clarece Lispector parece que recibió de Dorotea y de Cristina esa relación con la luz y la extendió al sonido y escribió:
"Supongo que el compositor de una sinfonía tiene solamente el pensamiento antes del pensamiento y, ?es algo más que una atmósfera lo que se ve en esa rauda idea muda?" (Un soplo de vida)

Vampirizo las cartas de vampverídica, seguiré buscándolas en el blog, porque ella tiene varios blogs, dispersos en el reino de los electrones, y cada vez que te visita presagia otro cadáver de letras, de esos que tienen por fatalidad que resucitar en cada lectura.

Marta

Thursday, July 5, 2007

INICIAR QUE ES INTERRUMPIR

Hace poco mas de dos años empecé a recibir cartas de La Mujer Vampiro, La Verídica. Como se puede constatar en las entradas anteriores que he incluido abajo (el orden cronológico es en reversa, como corresponde a un verdadero blog), sus cartas me entretuvieron, me asustaron, me conmovieron. La leía con cuidado. La pensaba y, luego, la olvidaba, y luego volvía a pensarla. Escribí sobre ella, a su alrededor. Luego, poco tiempo después, dejé de hacerlo. La olvidé por completo; la olvidé para no recordarla más. Supongo que así pasó, aunque sólo tengo una memoria vaga de ese proceso. En todo caso, hoy, de la nada que según Novalis es de color azul, llegó esto a mi buzón. Y volví a escuchar el repiqueteo de sus tacones sobre el pavimento.


Julio 3, 2007

Estás lejos, lo sé. En el tiempo y en el espacio, lejos. Estás y lo sé. No estás.

A veces te recuerdo. Hoy, por ejemplo. Esta noche. Acaba de pasar. Me alimentaba. Mejor: me preparaba para tomar mis sagrados alimentos. El ritual: el contacto: la sangre. Todo eso. El revuelo. Las hojas secas entre las suelas de los zapatos. El ruido de las rodillas. Los dientes apretados. Y, en el últmo momento, alcancé a verlo. En el penúltimo momento, debería decir, porque tienes razón: todo lo importante ocurre siempre antes. Era un libro tuyo en todo caso. Un libro tuyo en una de sus manos. Lo vi y me detuve entonces. Cuando ya corría dentro de mi memoria, y mi memoria como bien sabes es infinita, oí su respiración agitada y el latido loco del corazón: acababa de comprender que se había salvado. Corría despavorido por eso. Dejó tu libro tras de sí. Cuando lo recogí del pavimento supuse que era o una señal o un regalo, o ambos.

Conocí la luz, eso quería decirte.

Te escribo en realidad para decirte eso: soy alguien que conoce la luz. Sé lo que significa overcast.

Tuya, como siempre, Ulises Aldravandi
.

--crg

LA COSA MÁS EXTRAÑA

Wednesday, September 21, 2005

Dice: Que no podía dormir anoche, insomnio, ya sabes, lo de siempre, el stress y, bueno, esto de no llevarse bien con la incertidumbre, falta de espíritu posmoderno, dirás, te lo apuesto, aunque cualquiera que haya sido la razón, filosófica, existencial o física, el hecho sigue siendo que no podía dormir y, en el insomnio, que es horrible, por cierto, me puse a ver por la ventana. Agradable a veces esto de ver por la ventana, ¿no crees? Algo de otro siglo. Y en eso estaba cuando, apenas unos minutos después de que cesara la lluvia, vi la cosa más extraña: dos personas caminaban en la calle de lo más tranquilas, despacito, como bamboleándose incluso, quitadas completamente de la pena, y ni qué decir de la angustia y el stress que a mí me estaba matando de sueño, de ganas de dormir, quiero decir, iban, pues, muy campantes las dos, charlando en voz baja de cosas que, por estar dichas en voz baja, naturalmente no alcanzaba a oír, no soy tísico, claro, y nunca lo he sido, líbreme el señor, no que yo sea religioso, no me vayas a malinterpretar, es sólo una expresión. Ellas, porque pronto me di cuenta de que eran dos mujeres, y eso volvía la cosa todavía más extraña, la calle, por ejemplo, y el hecho de que acababa de llover, así, tan repentinamente, la noche misma incluso, una noche asombrosamente despejada, por cierto, caminaban como si anduvieran caminando en otro lugar, como si a cada paso estuvieran, de hecho, fundando su ciudad privada, un sitio, en todo caso, donde no existía el peligro, ni la violencia, ni el robo, ni el secuestro, ni la violación, es más, y esto ya es el verdadero colmo, un lugar donde ni siquiera existían los accidentes. Así de campantes caminaban y, por eso, las miraba yo con sumo estupor y con suma envidia porque, y en esto debes estar de acuerdo, estoy casi seguro de eso, nada puede causar más estupor ni más envidia que eso que, a falta de otra palabra, a falta de otro sustantivo, sólo atino a denominar como lo campante--una cierta manera de obliterar el peligro nada más porque no se piensa en él, nada más porque alguien, ésas dos en todo caso, habían decidido premeditada o impremeditadamente, a saber, sacar de sus cabezas la idea misma del peligro, cualquier cosa que sonara o imitara o pudiera sugerir la idea del peligro, algo que se trasminaba después, de forma por demás natural, a las piernas y, después, a los pies, al ritmo con que los pies caían, ah con tal desmesura, con tal aplomo, con tal bienaventuranza, sobre el pavimento lleno de charcos y, por lo tanto, lleno de espejos, porque me imagino que te has fijado que los charcos en la calle, de noche, especialmente en noches asombrosamente despejadas como la de anoche, parecen espejos, ¿no es así? Dos mujeres que caminan campantemente de noche, qué cosa más extraña, y más si se toma en cuenta que una llevaba zapatillas y vestido azul celeste y guantes blancos y otra iba de mezclilla y mocasines y con el cabello despeinado, muy distintas, cierto, pero muy iguales a decir verdad, muy parecidas en eso de haber desterrado el peligro, y cualquier otra cosa que pudiera oler o saber o verse por el más mínimo de todos los segundos como el peligro, y de ir caminando como si, en el acto mismo, estuvieran fundando un lugar, para mí, por otra parte, inaccesible o, en todo caso, muy extraño porque ¿cómo imaginarse un lugar donde dos tipas solas puedan caminar así, tan campantemente, tan quitadas de la preocupación y de la angustia y, claro, de mi insomnio? No sé, la verdad que no lo sé, honestamente no alcanzo a imaginarlo. Un sitio así. Ah. Digo, ni que fueran heroínas o turulatas o monstruos o, el colmo, las mujeres vampiro, ¿no?

Entonces se detiene (la cosa más extraña), me ve con ojos alucinados y no dice. No dice nada.

--crg

# posted by crg @ 2:32 PM

RAZONES POR LAS CUALES UNO LE PUEDE ABRIR LA PUERTA DE SU CASA A UNA MUJER VAMPIRO QUE LLEGA DE MADRUGADA

Tuesday, September 13, 2005

Porque nadie medianamente humano puede dejar a algo decididamente no humano a la intemperie en una noche de tormenta. Porque una BigDramaQueen nunca perdería la oportunidad de producir un Gran Momento Dramático. Porque sí. Porque el olor a tabaco todavía produce deseos, imágenes, melancolía. Porque la palabra vaho, dibujada justo sobre el vaho de la ventana, provoca risa. Porque es septiembre. Porque un arca desconocida se desliza, terrestre, entre los pies. Porque con alguien se tiene que poder jugar a las cartas (marcadas). Porque aguzando el oído uno escucha un murmullo, gemido, un grito, un susurro, un alarido (y nada de eso es humano). Porque, a veces, el insomnio. Porque siempre la curiosidad. Porque la extrañaba. ¿Por qué no? Por la desvergonzada manera en que tararea casi la pregunta ¿y cómo has estado? Porque no tiene la menor idea de que el tiempo pasa. Porque la esperaba. Porque huele a adrenalina, coca, menta. Porque esa mujer de seguro huye de algo. Porque sus tacones son dagas son ecos. Porque los puntos suspensivos están hechos de huesos. Porque escribo, mientras ocurre, ésta es la madrugada en que aparece la Vampírica bajo el dintel de la puerta. Porque no tengo opción. Porque nada tiene remedio. Porque acaso sepa el nombre de la pieza desconocida. Porque seguramente no lo sabe y disfrutará, también seguramente, ése no saberlo. Porque guarda silencio de una manera casi anodina. Porque se viste de azul celeste. Ese cielo. Porque su voz. Porque el tiempo pasa. Porque soy su cómplice. Porque la esucho. Porque ya he cesado de preguntarme por qué.

--crg

# posted by crg @ 6:52 AM

SI MI VIDA FUERA UNA NOVELA

Monday, September 12, 2005

Escuchaba la radio porque: afuera empezaba a llover: en la Gran Era del Ojo resulta agradable abrir el Oído: la frase "escuchar la radio" suena a algo pasado de moda: tarareaba algo que me urgía oír: la única decisión que deseaba tomar ese crepúsculo era si subir o bajar el volumen: esperaba la melodía única y para mí totalmente desconocida que me hiciera pronunciar, en estado de total estupefacción, con un gozo atrozmente inédito, la palabra belleza.

Escuchaba la radio porque la melodía ésa, la única, la para mí totalmente desconocida, la más singular de todas, salía de las básicas bocinas como si se tratara de alguna otra. De otra posible.

Escuchaba la radio, cierto, y veía el techo sin verlo. Es más: no veía. Ciega súbita.

En un momento, no el menos sino, por el contrario, el Más Pensado, ocurrió. La ceguera se difuminó y, con la luz, con esa luz de por medio, se difuminó el placer: quise saber. Me pregunté, por ejemplo, sobre el autor--su nombre, su edad, su género, su sabor favorito, su día más desagradable. Me pregunté sobre la primera reacción que provocó--no en una sala de conciertos sino antes, allá, en ese cuarto de techos altos y soledades enormes, y aún antes, en los pasillos deshabitados del cerebro, los circuitos de las yemas de los dedos, la inanición. Dos gotas sobre el ventanal de septiembre. Luego tres. Me pregunté sobre todo lo que tuvo que pasar para ir desde el punto de partida hasta el punto de partida--porque la pieza, y esto lo supe antes de preguntarme cualquier cosa, era entre otras muchas cosas un punto de partida incesante. Un punto de partida vuelto eternidad. La llovizna se tornaba en lluvia mientras tanto.

Escuchaba la radio y, momentos antes de que el locutor en turno mencionara el nombre del autor, el título de la pieza, la orquesta que la ejecutaba, se fue la luz. Milagro como falta de electricidad.

Falta.

Afuera seguía cayendo agua de ese lugar que, por obra y gracia del caer acuático, se llamaba, ahora, cielo. La lluvia se había convertido, para entonces, en aguacero. Siempre me gustó la palabra aguacero.

Escuchaba la radio y, de repente, sólo pude oír el fluir del agua, el golpeteo de gota contra cristal, el chasquido de gota contra charco. La osamenta pluvial. Una cortina. La concebí y la acepté en un mismo movimiento: esta manera de pensar: nunca lo sabría.

El aguacero, ahí, se volvió tormenta.

Resignarse a no saberlo. Regodearse en no saberlo. Salvaguardarse en no saberlo.

Me dije: si mi vida fuera una novela, este sería el punto de la trama en que se oiría el ruido--definitivo, rama que se rompe, ropa que se rasga, accidente sobre columna vertebral--de nudillo contra cristal. En este momento debería aparecer bajo las arcadas del balcón, remojada, virulenta, letal. Y fumando un cigarrillo.

Agucé el oído.
Afuera, en un arca diminuta, se deslizaba algo que carecía de sentido. Algo bíblico. Algo estival.
La tormenta, ahora, era un diluvio.

Dije: pensaba en ti.
Agucé el oído.

El manto nocturno. La palabra belleza. El eco de sus tacones sobre la escalera.

--crg

# posted by crg @ 2:05 PM

LA MÁS TRAMPOSA DE TODAS SUS MISIVAS

Wednesday, August 17, 2005

Estoy bajo el agua, escribe.
Escribo en este momento desde abajo del agua, escribe. Cuando me río, me salen burbujas de la boca. A no ser por el ruido de las burbujas, todo es silencio, Cristina, escribe.

Podría morir así y, esto también lo escribe, podría vivir toda la vida así.

Luego escribe otras cosas. Asunto mórbidos. Asuntos obscenos. Describe, por ejemplo, una caída desde un doceavo piso a la que denomina “mi accidente”. La narración es confusa, más llena de omisiones que de hechos. Menciona el nombre de lugares como “Pátzcuaro” y “Roma” y “Almoloya de Juárez”. Luego describe una lucha cuerpo a cuerpo, la aparición rutinaria de la sangre, el ruido de los huesos, los cabellos enredados entre los dedos, los rasguños. Entonces, sin explicar el motivo, sin entrar en detalles, habla de la caída. Súbita y poco creíble. Súbita y demasiado oportuna. Súbita y casi invisible. Supe lo del doceavo piso porque, hacia el final de su misiva, lo refiere como una anotación en su expediente médico.

Esto es lo que sé de la Mujer Vampiro. Lo digo aquí para todos aquellos y aquellas que me preguntan por ella. Podría transcribir ésa, su última carta o, para ser más precisos, su carta más reciente, pero por alguna razón (una de tantas razones que no atino a comprender) no me siento con la fuerza o el gusto de hacerlo. Se trata, creo, de una misiva tramposa: acaso de La Más Tramposa de Todas sus Misivas. Pareciera ser que se comunica, pero en realidad no lo hace. De hecho, no sería del todo exagerado aseverar que lo que esta carta hace es no contar. interrumpir, con su existencia, lo que verdaderamente no existe: encarnar ese no-contar: ponerlo en mis manos para que yo, y he aquí la trampa, para que yo lo cuente. Por eso, y no por otra cosa, no me siento con deseos de publicar su carta. Porque si no quiere contar qué fue lo que pasó en realidad en ese doceavo piso, ¿con qué objetivo publicar un texto en que finge contarlo? No encuentro motivos suficientes para hacerme cómplice de sus medias verdades, de sus medias mentiras.

Pero miento también, como pueden deducirlo. Si no quisiera ser su cómplice, ¿por qué escribirlo?

--crg

# posted by crg @ 3:05 PM

TRES PIEZAS VAMPÍRICAS

Thursday, June 30, 2005


I.
DAR LA ESPALDA, cortometraje, México.
Entraría al cine aprisa, con el periódico sobre la cabeza y la respiración agitada. Afuera, el aguacero del verano. El mismo de siempre. El único. No me preguntaría sobre la película--su título, su autor, su tema--sino hasta que aparecieran en la pantalla los tacones altos sobre las baldosas. Close-up. El sonido, ése. Toc, toc. Toc, toc. Toc. Las poderosas pantorrillas. Toc. No me preguntaría nada, no tendría tiempo. La palabra estupor. La palabra reconocimiento. Justo antes de que surgiera la interrogante, se desarrollaría frente a mí la respuesta: La mujer que avanza como sobre dagas no ve hacia atrás. Camina: Entra a un bar de grandes espejos biselados: Saluda: Se contonea apenas al compás de la música electrónica: Observa su entorno--derecha, izquierda: Toma una larga copa de champán: Ríe: Platica--algo insulso, algo predecible: Eleva la copa: Guiña: Plática algo más--algo que se pierde entre los murmullos: Se despide. Afuera: el repiquetear de los zapatos femeninos. La velocidad.

Todo esto lo supondría.

Todo esto sería una conjetura porque el espectador, que sería yo, que únicamente, de esto me acabaría de dar cuenta en ese momento, sería yo en la sala vacía, nunca vería el rostro del personaje femenino. Ahí estaría la melena encendida de su cabello ondulado, la línea vertical del cuello, sus equidistantes hombros, la suave curvatura de la espalda, las nalgas, las piernas. Ahí estaría ella, toda ella, es cierto, pero de espalda. Se trataría de ese raro tipo de películas que, en lugar de (de)mostrar a su personaje, lo protegería de la visión ajena. De la visión mía. Me quedaría hundida en el asiento minutos después del fin del cortometraje, ciega en muchos sentidos y aspirando el olor a humedad vieja de los sillones. Entonces vendrían a mi mente las fotografías de Lorna Simpson y pensaría, como uno de sus críticos, que si el rostro es una noticia, la espalda es un poema en clave.


II.
LA VOZ POR LA BOCINA, Instalación, México.
La sala es blanca, blancas las paredes, los pisos, los techos.

Yo entraría ahí como quien se introduce en un sueño: sin saber cómo o por qué, encontrándome en el lugar de súbito, sin explicación. Toda entera.

En el centro de la sala hay un pupitre escolar. Sobre el pupitre, un teléfono. El teléfono está descolgado.

NO TOCAR

La bocina negra, pesada.
El cordón: una espiral no infinita.

La voz que sale de la bocina es tentativa, incrédula, meditabunda.
La voz dice:
¿Estás ahí? ¿Hace frío allá? ¿Hay sol? ¿Hay alguien? ¿Estás ahí?

Una y otra vez. Una y otra vez y nada más. Excepto por el batir de alas o de tela, excepto por ese ruido, sólo las preguntas básicas: “¿Estás ahí? ¿Hace frío allá? ¿Hay sol? ¿Hay alguien? ¿Estás ahí?”.

NO TOCAR


III
LA MUJER VAMPIRO CONTRA LOS HOMBRES SANTOS, historieta, México.

La encontraría en el puesto de la esquina de mi infancia, junto al Contraespía Ibáñez y Rarotonga. Se trataría de una revista de dimensiones normales y con los acostumbrados recuadros. No habría nada singular en la publicación, excepto que la heroína, la Mujer Vampiro del título, nunca aparecería en ella.

Habría, sobre todo o únicamente, huellas de su presencia. Pruebas irrevocables de que ella habría estado ahí: estigmatas en el cuerpo de lo real. Rasguños en la cara de Nadie. Graffiti. Señeras señas. Marcas. Inscripciones. Pero los Hombres Santos del título, vestidos ad hoc, nunca podrían dar con ella. Nunca podrían darle alcance.

Una trama fantasmática en el más puro estilo realista.

--crg

# posted by crg @ 9:39 AM