Thursday, July 5, 2007

SI MI VIDA FUERA UNA NOVELA

Monday, September 12, 2005

Escuchaba la radio porque: afuera empezaba a llover: en la Gran Era del Ojo resulta agradable abrir el Oído: la frase "escuchar la radio" suena a algo pasado de moda: tarareaba algo que me urgía oír: la única decisión que deseaba tomar ese crepúsculo era si subir o bajar el volumen: esperaba la melodía única y para mí totalmente desconocida que me hiciera pronunciar, en estado de total estupefacción, con un gozo atrozmente inédito, la palabra belleza.

Escuchaba la radio porque la melodía ésa, la única, la para mí totalmente desconocida, la más singular de todas, salía de las básicas bocinas como si se tratara de alguna otra. De otra posible.

Escuchaba la radio, cierto, y veía el techo sin verlo. Es más: no veía. Ciega súbita.

En un momento, no el menos sino, por el contrario, el Más Pensado, ocurrió. La ceguera se difuminó y, con la luz, con esa luz de por medio, se difuminó el placer: quise saber. Me pregunté, por ejemplo, sobre el autor--su nombre, su edad, su género, su sabor favorito, su día más desagradable. Me pregunté sobre la primera reacción que provocó--no en una sala de conciertos sino antes, allá, en ese cuarto de techos altos y soledades enormes, y aún antes, en los pasillos deshabitados del cerebro, los circuitos de las yemas de los dedos, la inanición. Dos gotas sobre el ventanal de septiembre. Luego tres. Me pregunté sobre todo lo que tuvo que pasar para ir desde el punto de partida hasta el punto de partida--porque la pieza, y esto lo supe antes de preguntarme cualquier cosa, era entre otras muchas cosas un punto de partida incesante. Un punto de partida vuelto eternidad. La llovizna se tornaba en lluvia mientras tanto.

Escuchaba la radio y, momentos antes de que el locutor en turno mencionara el nombre del autor, el título de la pieza, la orquesta que la ejecutaba, se fue la luz. Milagro como falta de electricidad.

Falta.

Afuera seguía cayendo agua de ese lugar que, por obra y gracia del caer acuático, se llamaba, ahora, cielo. La lluvia se había convertido, para entonces, en aguacero. Siempre me gustó la palabra aguacero.

Escuchaba la radio y, de repente, sólo pude oír el fluir del agua, el golpeteo de gota contra cristal, el chasquido de gota contra charco. La osamenta pluvial. Una cortina. La concebí y la acepté en un mismo movimiento: esta manera de pensar: nunca lo sabría.

El aguacero, ahí, se volvió tormenta.

Resignarse a no saberlo. Regodearse en no saberlo. Salvaguardarse en no saberlo.

Me dije: si mi vida fuera una novela, este sería el punto de la trama en que se oiría el ruido--definitivo, rama que se rompe, ropa que se rasga, accidente sobre columna vertebral--de nudillo contra cristal. En este momento debería aparecer bajo las arcadas del balcón, remojada, virulenta, letal. Y fumando un cigarrillo.

Agucé el oído.
Afuera, en un arca diminuta, se deslizaba algo que carecía de sentido. Algo bíblico. Algo estival.
La tormenta, ahora, era un diluvio.

Dije: pensaba en ti.
Agucé el oído.

El manto nocturno. La palabra belleza. El eco de sus tacones sobre la escalera.

--crg

# posted by crg @ 2:05 PM

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