Thursday, July 5, 2007

CORRER CON SUERTE

Wednesday, June 29, 2005

Dice que no se lo esperaba. Literalmente dice: “Uno no espera nunca algo así”. Luego levanta la taza del té--una taza pequeñísima, de intrincados diseños orientales, de la que asciende un humo con aroma a jazmín--y se la lleva a los labios con una lentitud casi exasperante.

Dice que había decidido caminar esa noche porque sí. Eso lo dice después de titubear mucho, por mucho rato también.

--¿Le sirvo más té? --pregunta, con ánimo de interrumpir la conversación, deseando no tener que contar nada.

Dice que no sintió sino que, al inicio, presintió su aparición. Algo como un súbito estado de alerta, un latigazo de adrenalina, un silencio ensordecedor. Y después, casi de inmediato, ese zumbido--una abeja tal vez; la mosca que, enloquecida, da vueltas dentro de su propio frasco.

--Corrí --dice--, sin saber por qué. Corrí como loca. Corrí, yo que nunca corro.

Este es el momento en que yo me llevo la diminuta taza a la boca y, por segundos apenas, el aroma a jazmín me hace pensar en las calles estrechas del barrio chino de San Francisco. Bajo la vista. Guardo silencio. La espero.

--Y empecé a gritar --susurra--. ¿Se imagina?

Le digo que sí, que me resulta fácil imaginar eso. Una mujer que grita en la calle, pidiendo auxilio.

--Pero no había nada cerca de mí o detrás. Nadie. Hasta los fantasmas debieron pensar que estaba loca.

Supongo que a ella eso le preocupa. Esto: dar la apariencia de estar loca. Supongo que a una mujer que tiene la delicadeza y el buen gusto de escoger el tipo de tazas en las que ahora tomamos este té delicioso, este té traído, con toda seguridad, del oriente, en pesados barcos fantasmáticos, le debe preocupar lo que los vivos y los muertos piensen de su estado mental. De su normalidad.

--¿Y entonces sobrevino el ataque?

La mujer se detiene. El mundo se detiene. Suspendida, la taza parece un ingrávido objeto surrealista en el centro de la habitación.

--Sobrevenir --murmura--. Qué bonita palabra.

Parpadeo. No puedo evitar la sonrisa. Si no estuviera tratando de obtener información sobre los ataques de la Mujer Vampiro, la Verídica, seguramente me detendría a considerar todas y cada una de las posibilidades de uso y desuso del sobrevenir, ese verbo. Lo enunciaría con ella una y otra vez hasta que la carcajada se volviera batiente y nada en el mundo importara, nada, excepto la palabra misma. Haría eso y más, estoy segura, pero tengo una misión. Soy presa de una curiosidad.

--El ruido --dice--, el sonido me rodeó. Un batir de alas o de tela. Eso parecía aquello. Golpes que no dolían, ¿me explico? Una gran turbación. Un no saber qué estaba pasando. Todo negro. Y, luego, todo más negro aún.

Está tratando de recordar. Ve hacia la pared y ve el parque. Se ve caminar y, luego, correr, y trata de ver más allá. Su contexto. Un rato después se da por vencida.

--Luego ya no supe --concluye.

Sobre el rojo damasco del sofá, la mujer se queda quieta, aún más. Su brazo izquierdo: una lápida de yeso. Su cuello: vendas blancas alrededor. Sus mejillas: rasguños, moretones, inflamación. Me ve verla.

--¿Tuve suerte, verdad? --parece que pregunta pero en realidad lo afirma. Parpadeo de nueva cuenta. Asiento. Sobrevenir, qué bonita palabra. Analgésico. Jazmín. Barco. La cabeza, de repente, llena de sustantivos. Esta vez corrió con suerte, sin duda. Pero eso, por pudor, porque el aroma del té ya me lleva hacia las 5 de la tarde de un país sin nombre, porque sí, no se lo digo.

--crg

# posted by crg @ 7:18 AM

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