Thursday, July 5, 2007

LOS SAGRADOS ALIMENTOS

Wednesday, March 30, 2005

Recibí este comunicado electrónico hace no mucho. Supongo que lo publico aquí porque estoy algo asustada, porque hay algo en él que más bien parece amenaza. Aunque se me acuse de exagerada, que lo soy, aviso a todos los lectores del ciberespacio que si algo extraño me sucede acaso pueda deberse al merodeo, hasta ahora virtual, de la Mujer Vampiro, la Verídica. He aquí sus propias palabras.


Marzo 29, 2005
Ciberespacio

Debo hablarle de mis alimentos.

Me pide, Cristina, que le describa un día [sic] de mi vida. No me pide que reflexione sobre mi condición ni que le exprese sensaciones especìficas de mi existencia. A usted, lo entiendo así, no le interesa lo que yo pueda pensar o sentir sobre mí misma sino lo que yo hago. O, más al punto, lo que yo termino haciendo. Una secuencia de escenas. Una concatenación de hechos. Algo palpable. Algo que se pueda comparar. Lo que usted quiere es que yo le de palabras, apenas las suficientes, para que pueda esbozar, luego y a solas, una silueta más o menos estable de algo que, con el tiempo, podría llegar a ser, incluso, yo misma. Usted quiere aprehender esa silueta paso a paso, tan mililimétricamente como sea posible. Todo eso en su imaginación. A usted, luego entonces, no le interesa conocerme. Deduzco que si le interesara conocerme me habría dado una cita o querría platicar conmigo. A usted, ahora lo entiendo, le interesa imaginarme.

Pero para imaginarme y, acaso, aborrecerme; para imaginarme como creo que se debe imaginarme, usted tendría que saber cómo me alimento.

Podría complacerla, claro está. Podría describirle en detalle escenas, tanto anodinas como fundamentales, de mi existencia--toda conversación es, después de todo, un intercambio de este tipo de repertorio. Toda conversación, incluso ésta que usted limita a nuestra correspondencia electrónica, es un esfuerzo por negociar un nuevo orden para esas escenas que conocemos demasiado bien, que sabemos de memoria, hasta el aburrimiento. Pero mucho me temo, querida Cristina, que la decepcionaría demasiado pronto.

Considere esto: No vivo en un edificio ominoso con puertas que rechinan y sirvientes uniformados de blanco. No tengo colmillos puntiagudos que brillen bajo el fulgor de la luna. No vengo de Transilvania. No ejerzo ningún hechizo extraño sobre los gatos. No llevo un aura de maldad sobre el cabello. ¿Cómo decirle que ese hombre de pantaloncillos plateados al que todos llamaban el Santo les ha dado una imagen más bien falaz--a veces me asombra mi moderación, lo juro-- de gente como yo?

Vea el contexto, entonces. El departamento austero, de cuatro recámaras y pisos de madera, sólo se distingue por los ventanales, usualmente limpísimos, por los cuales es posible ver las frondas de las jacarandas--por eso sé, entre otras cosas, que de noche todas son oscuras; que, de noche, todas las jacarandas son negras. Cito a uno de sus autores favoritos y le digo, con Benjamin, que detesto los sitios habitados donde todo se vuelve huella--la vela, el cojín, el cuadro, la foto, el garabato--porque esos lugares sólo me provocan la expresión: "Nada tengo que buscar aquí". Son lugares llenos. Lugares donde no hay espacio ya ni para la mirada, mucho menos para la duda. Prefiero el vidrio y el acero, precisamente, porque repelen todo vestigio, toda traza, toda huella. Esa repulsión me intriga. Prefiero una ventana.

Entérese de la vida material, entonces. No vivo de pesadas monedas de oro que extraigo de húmedos sótanos oscuros con ayuda de un esclavo jorobado. Afortunadamente, ahora es posible llevar a cabo transacciones económicas por internet y, gracias a ello, ya no tengo que recurrir a ningún asistente humano, jorobado o no, para que haga las colas tradicionales en los bancos. ¡Y no sabe usted, o acaso sí, cuántas personas trabajan en el turno nocturno! En todo caso, arreglo mis asuntos económicos puntualmente, y con cierta eficacia, desde la comodidad de mi oficina--una de las cuatro habitaciones de mi casa.

Hasta aquí puede seguirme, lo sé. ¿Se da cuenta ya de que ha hecho la pregunta equivocada?

Una persona no es, o no se agota, en su contexto o en la manera en que produce su vida. Una persona es, fundamentalmente, lo que come. Lo que engulle. Lo que incorpora a sí. Una persona es, me atrevería a asegurarlo, una manera de alimentarse.

Si esto es cierto, yo, querida Cristina, soy pura violencia.

Lo debí haber dicho desde un inicio--y lo dije, nos consta a las dos--pero no sé si deba entrar ahora, que es el claro después, en engorrosos detalles. Me juego la continuación de su lectura, su posible rechazo, su alarma, su asco. ¿Se da cuenta, Cristina, que quiso evadir el meollo del asunto con una pregunta demasiado púdica?

Los labios. El cuello. La sangre. Palabras para una escena sanguinolenta, efectivamente, pero, al fin y al cabo, atrayente. Sexual incluso. Excitante. Ojalá fuera así. Ojalá alimentarse fuera tan hermoso. ¿Pero nunca se pregunta usted acerca del diente que choca contra el hueso--ese ruido, ese momento, ese escándalo--y acerca del cuello que, casi partido en dos, cuelga del tronco de un cadáver? ¿Y si hay resistencia, que la hay siempre, no se pregunta nunca usted sobre la cercanía de los cuerpos y la manera en que se pega el olor a miedo y la alarma que produce el odio? ¿Y si no hay resistencia, lo cual sucede poco, no le da curiosidad saber qué es lo que se desliza por esos ojos abiertos e inmóviles que, al dolerse, porque eso hacen en su inmovilidad y en su apertura, dolerse, dolerse dolorosamente, se duelen por uno, por el hambre de uno?

Ojalá alimentarse, Cristina, fuera simple. Ojalá, de verdad, fuera hermoso. Ojalá hubiera maneras civilizadas de satisfacer el hambre. Pero toda comida es un asesinato, lo sabe usted bien. Todo festín, un festín de horror. Todo platillo, un dolor transfigurado.

Yo mato para comer, Cristina. Como usted. Como todos. Pero mis sagrados alimentos son frescos y, antes de serlo, antes de convertirse en mis sagrados alimentos, me miran a los ojos. Me maldicen.

Seguramente no querrá escribirme más después de esto. Si no lo hace le juro que la entenderé. Pero era mejor que lo supiera y que así se evitara la pena de seguir haciendo preguntas púdicas o equivocadas. Heme aquí, pues, por si no quedó claro: Soy una mujer vampiro y me alimento de sangre. Sangre fresca. Sangre, de preferencia, humana. Hay muy pocas maneras amables de obtenerla.

Y quedo de usted, por supuesto.

--crg

# posted by crg @ 4:58 PM

No comments: