Thursday, July 5, 2007

EL CAPÍTULO DE LOS INICIOS

Tuesday, June 07, 2005

Y sucede: uno se distrae--basta un parpadeo, el atisbo de una idea, la sombra que se da la vuelta en la esquina. A veces basta con menos. Luego, sin anunciarlo, las distracciones se convierten en otra cosa: olvido. Uno olvida, efectivamente. Como dice Leonard Cohen de la pérdida de las cosas incontrolables: It begins with your family, but soon it comes around to your soul. Un rostro se convierte en una nariz, la nariz en un punto luminoso y ¿no era eso en realidad el reflejo del alumbrado público sobre el toldo de un coche gris? Por más que se diga lo contrario, eso no brilla por su ausencia. La ausencia es transparente: ahí vemos a-través. Uno, quiero decir, sigue olvidando. El olvido se convierte en un hábito--algo que se hace día a día, de manera regular, y algo que se coloca uno sobre el cuerpo, para cubrirlo de todo. Uno se habita. Uno habita. Uno es una habitación.

--Sé que me recuerdas --dijo Ulises después de despertarme con unos nada sutiles golpes sobre la ventana.

Y sucede: uno se da cuenta de todo lo anterior cuando, sin aviso alguno, sin precaución, se encuentra con el-objeto-olvidado. El reconocimiento no lo es. Cuando la mirada se posa sobre eso, eso empieza a existir por primera vez. Un punto luminoso, sí, una nariz, las puntas del cabello, las pestañas, el cuello. Finalmente: el rostro. Una ceremonia completa. La silueta que dice “te identifico y, por lo tanto, sé que recuerdo”.

--Tú no eres Ulises Aldravandi --alcancé a balbucear antes de realmente estar despierta--. Esto no es Boloña ni una lección sobre la historia de la entomología.

La Mujer Vampiro fumaba y, por eso, le indiqué que saldría al balcón. Asumo que mi gesto--el dedo pulgar y el índice tocándose las yemas justo enfrente de mi rostro contrito--la invitaba a esperarme.

Su vestido azul cielo. Su chongo engominado. Sus guantes negros. Sus zapatos de correr sobre dagas. Todo eso tambaleándose sobre el barandal de hierro. Todo eso a punto de caer. Seguramente cayendo.

Ulises.

--No sé cómo escaparme del inicio --dijo, sin ninguna clase de preámbulo cuando finalmente atiné a ponerme una bata sobre los hombros y la alcancé en el estrecho balcón sobre cuya herrería su cuerpo oscilaba, oh, tan distraídamente.

--Mi historia --aclaró cuando se dio cuenta que no entendía de qué me hablaba--. La historia de mi vida.

--Ah –dije--. Eso.

Rechacé un cigarrillo. Me recargué sobre el barandal. Observé la noche. El aroma del tabaco me reconfortó. Su bamboleante cercanía. Leonard Cohen otra vez: Well I've been where you're hanging, I think I can see how you're pinned/ When you're not feeling holy, your loneliness says that you've sinned.

--Sí --estuve de acuerdo minutos después--. Es difícil salir de los inicios.

--Mh --murmuró, seguramente pensando ya en otra cosa. Luego, lentamente, sin dejar de fumar, dobló la espalda y se quedó colgando, sostenida sólo de las rodillas, de la orilla del barandal. Pensé que tenía una elasticidad envidiable. Pensé que se encontraba en una condición extraordinaria para ser alguien de más de 100 años. Pensé que sus muslos eran demasiado blancos.

--The Sisters of Mercy --dijo, volviendo a su posición original.

--¿Qué?

--Lo que cantas –dijo--. Lo que tarareas se llama The Sisters of Mercy.

Le sonreí, por supuesto. Luego citó: “Well they lay down beside me, I made my confession to them/ They touched both my eyes and I touched the dew on their hem”.

Si no se hubiera tratado de dos mujeres, una de ellas una vampiro, detenidas en un balcón estrecho a la hora más oscura de la noche, se habría podido pensar en la reunión de dos adolescentes que fuman a escondidas y por primera vez. Esa clase de ligero nerviosismo. Ese tipo de imprudencia. Irreflexión.

--Y luego --murmuré--. Entonces. Así fue como. A medida que.

Como me miró con cara de no estar entendiendo nada, tuve que decir:

--Lo que los narradores usan para indicar que el tiempo pasa, que ya han salido del inicio.

Mi explicación pareció satisfacerla.

--Pero nunca nada pasa así, claro --dijo después de unos minutos de reflexión--. Nunca nada pasa así --insistió.

Estuve de acuerdo.

--En realidad no sé por qué quiero salirme de los inicios --murmuró más tarde. Mucho más tarde. Creo que para entonces yo ya pensaba en otra cosa--. No sé si quiero.

Me agradaba su compañía, es cierto. Sus dudas me resultaban interesantes--eran juguetes que se me antojaba armar. Pero justo cuando terminó su oración y ella se disponía a prender otro cigarrillo, recordé que yo trabajaba al siguiente día. Tenía que levantarme temprano. Bañarme. Hacer como que la Mujer Vampiro no existía.

--Pues cuenta la historia de tu vida sólo con inicios --le dije nada más por decir algo. Para distraerla también. Para poder escapar.

Esta vez su sonrisa se convirtió en una granada. Todavía con ella sobre el rostro, llegó al suelo con la agilidad de una gimnasta y la energía de alguien sobrehumano. Así saltó. Antes de partir otra vez me dijo algo que no alcancé a oír. No quería despertar a los vecinos, pero tampoco podía dejarla ir sin enterarme de su mensaje. Le pedí que lo repitiera. Dijo:

--When I left they were sleeping, I hope you run into them soon --debí haber puesto cara de no entender porque, de inmediato, añadió:

--The sisters of mercy, Cristina. The sisters.

Luego salió corriendo. Una pesadilla con tacones altos. Hacia la ininteligibilidad.

--crg


# posted by crg @ 11:07 AM

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